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domingo, 26 de septiembre de 2010

ENCONTRADO EN LA WEB....VALE LA PENA LEERLO

DEL BLOG EL URBANITO

LOS HOMBRES TAMBIEN LLORAN

Existe una perversa y errónea tradición que establece que los hombres no debemos llorar. Las lágrimas – asi lo establece esta obtusa creencia- además de ser patrimonio femenino son sinónimo de debilidad y las únicas licencias permitidas para llorar a borbotones son la pérdida de un ser querido…o la derrota de nuestro equipo favorito de fútbol. Para todo lo demás siempre habrá un gesto adusto, una mirada recia o un control absoluto de las emociones “innecesarias”. Esa proverbial actitud hacia el control emocional ha generado no solamente en nuestro país sino en otros paraísos machistas generaciones de ciudadanos incapaces de expresar y transmitir sus emociones a otras personas con los consiguientes problemas psicológicos y sociológicos que se derivan de estas carencias. El objetivo de este post no es ahondar en los motivos de esta absurda postura, solo queremos dejar constancia que los ricos, los hombres y los peluqueros…también lloran.

La primera diarrea lacrimal que recuerdo no fue una tunda de mi padre (esas me hacían llorar pero de cólera) ni una decepción amorosa temprana. Fue la lectura de un tirón de un clásico de la literatura latinoamericana llamado “Mi planta de naranja lima”. Las aventuras de Zeze, la pobreza de Brasil, la ternura inmensa de Portuga y su trágica desaparición fueron un cóctel demasiado fuerte que me hizo leer y releer la novela cuando no tenía más de 8 años. Era el mundo tan jodidamente cruel como aparecía representado en el libro? En realidad, el tiempo me demostraría que tanta crueldad era poca cosa frente a las atrocidades que el fin del siglo XX nos deparó. Mis lágrimas solo fueron un adelanto más I.G.V. Tan intensas y mezcladas son las emociones que me provoca ese libro que aún dudo en dárselo al Panzón para que lo lea, ese es tan sentimental que seguro termina en la clínica deshidratado.

Cuando todavía no me había repuesto del impacto emocional del libro de Vasconcelos asistí una tarde a una función en el anfiteatro del Ministerio de Educación donde mi madre trabajaba. “El Globo Rojo”, una antigua película francesa de 1956 era la primera de dos películas para niños que se iban a exhibir aquella tarde y para los que no la han visto trata de un niño que recorre las calles del Paris de la posguerra acompañado solamente por un hermoso globo rojo. Una cinta hermosa, sin palabras, voces prestadas ni efectos especiales en las que el niño y el globo desarrollan un mundo paralelo y particular inmune a la realidad fría, racional e insensible de los adultos. Como la cinta no era hablada no se le ocurrió mejor idea a los organizadores de la proyección que poner al final de la cinta la canción “El Globo Rojo”, un pegajoso tema interpretado por un grupo argentino llamado “Los Tíos Queridos”. Ahí si empezó el huaico, toda la emoción que no quería ver desplegada pues había muchos niños y niñas más explotó literalmente al escuchar los acordes de la cancioncita de marras. …”el globo rojo era su amigo, a todas partes iba con él…”. Y pequeño Schatz shoró y shoró y shoró y shoró.

Mi padre nunca me dijo que los hombres no lloran. Quizá porque desconocía el sentido de esa palabra pues una sola vez lo he visto llorar en su vida, cuando murió su madre. Y no podemos decir que era un macho de película mexicana, simple y llanamente a el se olvidaron de enseñarle el significado de la alegría y la tristeza. Laprimera la enseñaba a cuentagotas y contra la otra tenía un seguro blindado. Mi madre, aquella inflexible profesora que jalaba manadas de desorientados adolescentes en la U de Lima era la shorona y por allí quedo asegurada mi ubérrima vena afectiva.

Conocedor a temprana edad de mi precaria estructura afectiva tome precauciones para que estos desajustes no me volviesen a pescar in fraganti. Leía mucho a partir de los 8 años y trataba de hacerlo a solas, en mi cuarto o en lugares apartados donde nadie me podía interrumpir u observar. También comencé a desarrollar mi curiosidad por el cine y cuando inicié la secundaria me metí en el club de cine del colegio. Me zampé por mi tamaño en realidad pues el requisito mínimo era 3ero de media y siempre conseguían buenas películas que se exhibían por las tardes. Una tarde me pasaron la voz que había una película imperdible que no podía dejar de ver y asistí a la película más triste que he visto en mi vida. “Ladrón de Bicicletas”, de Vittorio de Sica. Una historia de amor filial en una sociedad destruida y en crisis. Como era predecible (y encima estaba resfriado) produje navegables cantidades de moko sentimental, aquel que sube, baja, vuelve a subir y no se quiere ir. Si alguna vez tienen algun tipo de pelea con su padre consíganse esta película y véanla con detenimiento pues les aseguro que al terminarla correrán a abrazarlo entre lágrimas y propósitos de enmienda.

Fui creciendo y aprendí que uno debía hacerse fuerte porque este mundo no estaba hecho para los débiles de espíritu. Y claro que me hice fuerte a patadas – o al menos así lo creí- pero ante la película, libro o estímulo indicado me convertía en un rochabus lacrimoso. No lloraba cuando me trompeaba, tampoco cuando era choteado sin anestesia por algun amor imposible. Tampoco lloré a algunos amigos que desaparecieron tempranamente pues los quería recordar como a ellos les hubiese gustado que lo hagan, con risas y sin llantos. Si lloré amargamente junto a mi hermano Juan cuando llevamos a nuestra primera perrita a ser sacrificada pues ya estaba muy enferma. No existía pues un patrón o Standard que estableciese los requisitos mínimos que se requerían para activar las lacrimales. Shoré a mares leyendo “El Caballero Carmelo”, aquel magnífico cuento de Valdelomar. Ni que decir de la muerte de Chanquete en “Verano Azul”, aquella extraordinaria serie de televisión española que a inicios de los 80 recreaba la vida de un grupo de niños y adolescentes en la Costa del Sol española. “Del barco de Chanquete, no nos moverán” fue nuestro grito de guerra en más de una oportunidad. Lloré amargamente cuando mataron a John Lennon y por supuesto cuando se cayó el avión del Alianza, donde además de jugar mis ídolos perdí a dos amigos muy queridos. Y mis últimas grandes lágrimas cinematográficas fueron – y se repiten en cada nueva vuelta- para “Cinema Paradiso”. La historia de Totó y Alfredo no ha podido ser derrotada por “Il Postino” ni por “The Bridges of Madison County”. Estas dos últimas solo humedecieron pupilas, la historia de Tornatore me hizo rescatar al pañuelo del olvido.

Como verán, hay más de 10 cosas que me han hecho – o me pueden hacer- shorar. Y no siempre hay que encontrar las causas en las ficciones artísticas. Huérfanos perdidos en la sierra de Ayacucho, hospitales de niños con radiación en Ucrania o algun viejo enfermo y triste que ha sido abandonado por su familia. Hacerlo no es claudicar ni experimentar debilidad. Es demostrar que nuestros sentimientos siguen preponderando en el gobierno de nuestras acciones sobre nuestra racionalidad y que por ende somos humanos sensibles y no remedos baratos de algun cyborg de novela. Me he quebrado una sola vez, eso si es jodido. Cuando hablo de quebrarse me refiero a una situación irreversible en donde lloras algo que haz perdido irremediablemente y que esta asociado indefectiblemente a la sensación de fracaso personal. Un día antes de separarme mi ex – esposa no pensaba que iba a tener la suficiente decisión para irme de la casa. Preparo una cena especial y descorchó un par de buenas botellas de vino. Yo no quería caer en sentimentalismos de última hora y llevé la fiesta en orden, inclusive cuando puso música demasiado triste mantuve la compostura y no me quebré, no quería que la pena alterase mi decisión y aguanté a pie firme. Y créanme que es jodido hacerlo mientras Mercedes Sosa suena a todo volumen cantando “Los Mareados”, tu casi ex – mujer esta hermosa, tristísima y sentada con la mirada perdida en un sofá y tu tienes además de botella y media de vino en el interior una mezcla de pena, frustración , cólera y deseos que la pesadilla se acabe lo más pronto posible. A la mañana siguiente empaqué mis discos, mi ropa y mis libros en mi auto y en el de mi hermano y me fui para no regresar jamás. A 5 minutos de la casa había un grifo, paramos, me pedí dos cervezas heladas y lloré amargamente, completamente desencajado, con unas arcadas roncas que brotaban de mi garganta y me hicieron aprender la diferencia entre llorar por sensibilidad hacia alguna manifestación artística y quebrarte cuando la pérdida es irreversible.

Casi a punto de empezar la etapa en la que dejas de “tener toda la vida por delante” y empiezas a vivir el resto de tu vida creo que el pellejo se me ha endurecido un poco. Sigo experimentando anhelos y emociones cada día pero mis anhelos son de estabilidad y bienestar. Y como no, de economizar penas en donde y hasta cuando sea posible. Evoco los llantos ficcionales con alegría y cuando pienso en los vivenciales los recuerdo pero con tranquilidad.Espero no tener que derramar lágrimas por mis hijos o por mi esposa, salvo que sean de absoluta y genuina alegría. Tampoco espero hacerlo por mis hermanos y ante la inevitable partida de mis padres solo aguardo haberles dicho y expresado muchas cosas que a veces la cotidianeidad nos hace olvidar a fin de poderlos recordar sin dolores ni tristezas.

Porque no hay nada más liberador - y paradójico- que evocar a la tristeza sin derramar una lágrima.

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